Tuesday, November 23, 2010

Don Quixote de Orson Welles



De ingeniosa se podría calificar la escena que en su intertextualidad muestra un diálogo cervantino-wellesiano que invita a explorar con mayor detenimiento el contenido fenomenológico del Quijote; su mirada como alegoría del sujeto pensante. He aquí, no solamente se amerita un procedimiento reduccionista que en su sentido husserliano invita a explorar la “consciencia de la consciencia” que surge a partir del momento que se busca concientizar sobre el objeto percibido (el Quijote bajo la mirada del espectador académico), sino también, en un acto paralelo, lanza un escrutinio sobre la interpretación de la interpretación misma (la interpretación del actuar del Quijote según el espectador académico); donde el procedimiento hermenéutico estaría atento a las rupturas y articulaciones estéticas que subyacen en la narrativa visual y en la intertextualidad Cervantes-Welles de la escena, sobre todo al delineamiento de la interpretación en si.
 Dígase que el Quijote ha sido (de)(re)presentado y duplicado en un nuevo contexto por el gesto del simulacro cinemático, gesto que al duplicar y descontextualizar históricamente la edad de hierro por la modernidad contemporánea, reconfigura la subjetividad esquizofrénica del Caballero de la Triste Figura. Esto vale explicarse dentro de un marco cuya base es la articulación entre la fenomenología y el esquizo-análisis.
Para Deleuze y Guattari, la esquizofrenia, como recurso disidente, lleva intercalada la multiplicidad de perspectivas heterogéneas, asimismo, en su rechazo por la imagen sea, edipal, singular, codificada e integral, el sujeto esquizofrénico no percibe el objeto por lo que es, pues, éste no se circunscribe dentro de la ontología absoluta y racional, ya que el sujeto esquizofrénico avanza: “towards the consistency of its virtual lines of bifurcation and differentiation, in short towards its ontological heterogeneity”.
En una sencilla explicación, el sujeto esquizofrénico como objeto estético y elemental de la obra, en este caso el Quijote, se convierte en el objeto fenomenológico del espectador; el actuar esquizofrénico e irracional del actor se convierte en objeto de la percepción del espectador. Asimismo, acontece la dialéctica entre la fenomenología y el esquizo-análisis. ¿Vertical o horizontal? Esto ya es materia para otra discusión.
 No obstante, sea la forma estética wellesiana la que dirija la percepción del espectador y la detenga concienzudamente en la mirada del Quijote, quien se ha dejado seducir por las imágenes, estas aunque reminiscentes del retablo de maese Pedro, también apuntan a un reajuste en la percepción y mirada del Quijote; reajuste que al parecer desvanece la magnitud de bifurcación y diferenciación cervantina. Si en la obra cervantina el Quijote muestra un alto grado de esquizofrenia al negar la percepción del objeto percibido y sus esencias, ese ver gigantes en vez de molinos, en Welles, la emblemática percepción quijotesca y cervantina pierde su intensidad crítica; el Quijote de Welles es desoladamente pasivo, ya que es fácilmente hipnotizado e interpelado por la imagen integral. Es decir, la imagen del objeto percibido impera sobre la subjetividad del Quijote, cuando en Cervantes, ese mismo Quijote impone su imaginación descomunal sobre la imagen misma, ostenta una subjetividad esquizofrénica y deconstructivista.
¡Cepos quedos! Diría el Quijote cervantino encarando al Quijote duplicado wellesiano.

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